La novela más leída
La editorial Grijalbo acaba de publicar una nueva edición de La isla
de los hombres solos, la cual completa las 150 veces en esta, la
novela costarricense más leída, ha sido publicada a lo largo de cuatro
décadas.
La edición ha servido de excusa para algo que de todos modos no
requiere de excusa alguna: volver a conversar con este hombre cuya
vida es ejemplo para muchos.
Novela y testimonio
José León Sánchez tenía apenas 19 años cuando llegó a presión, acusado
de un crimen «espantoso», tanto, que ya en la prisión de la isla de
San Lucas, los boteros organizaban tours turísticos que incluían,
entre sus atractivos, poder ver «al monstruo de la Basílica».
Una parte muy importante de esta vida comenzada en 1930 está señalada
por el dolor, el desamparo y la marginalidad. La otra, por el éxito de
ser, pese al prejuicio y al menosprecio de muchos de los sectores
«académicos», el escritor costarricense más célebre en el extranjero.
Ese éxito se concentra en su primera y, pese a todo, más conmovedora
de sus obras: La isla de los hombres solos, que este año ha alcanzado
la edición número 150 en español, y acerca de la cual se han hecho una
película, una telenovela y una tira cómica.
De esta obra el Premio Nóbel español Camilo José Cela ha dicho: «Dos
paralelismos tétricos y asombrosos hermanan dos de los libros que más
me han impresionado a lo largo de mi vida. La lucha de Phoolan Devi,
en su libro publicado en Nueva Delhi, 1995, y La isla de los hombres
solos, del escritor mesoamericano José León Sánchez. Las autoridades
de Madhya Pradesh vedaron a la primera hasta el permiso para pisar la
tierra donde nació; al segundo, el hombre aviesamente convertido en
lobo despiadado, durante muchos a os le fueron negados los diez
minutos de sol a los que tenían derecho según la ley...»
La isla de los hombres solos reúne tres tipos diferentes de emoción.
La primera es su valor intrínseco, obra de un autor que aprende a
escribir casi sin saber qué cosa es la literatura, pero cuyo talento
logra un resultado enternecedor, a veces apabullante; la segunda, es
la historia del autor, el carácter testimonial de cada una de las
palabras que allí se contienen, y que le quitan a uno el resuello; la
tercera es la historia misma de la obra, apenas conocida.
José León Sánchez la escribió con cabos de lápices diferentes en
pedazos del papel que se utiliza en la confección de los sacos del
cemento y que los presos usualmente utilizaban como cama. Él lo cuenta
como sigue:
«Yo les escribía a los compañeros cartas, porque éramos muy pocos los
que sabíamos escribir. Les cobraba cinco centavos por hoja, y era
exactamente una hoja por un solo lado lo que se podía escribir, porque
el penal no permitía que se escribiera más, como no se permitía
tampoco enviar ni recibir malas noticias, quejas o expresiones de
tristeza o malestar.
»Entonces un día vino un preso ya muy anciano, Juan Valderrama, con
uno de esos pliegos de bolsa de cemento y un lápiz, un lápiz grande, y
me dijo: 'Loco ( porque a mí me decían Loco), te voy a pagar un
cuatro, si me escribes una carta'. Un cuatro eran cincuenta centavos.
Imagínate: ¡un cuatro!, cuando yo lo que cobraba eran cinco centavos
por carta, es decir, diez veces menos.
»Y empezó a contarme la historia, que yo sabía que él no iba a poder
enviar por correo, menos escrito es ese tipo de papel. Pero él
insistía: 'Te voy a pagar un cuatro'.
»Aquel primer día yo le pedí que me dejara lo que había escrito, y por
la noche se los leí a los compañeros, y todos estaban
entusiasmadísimos con la historia. Así nació La isla de los hombres
solos».
No era la primera vez que José León Sánchez se enfrentaba a la palabra
escrita. Unos años atrás había emprendido la tarea que sorprende a
cualquiera: la redacción de un escrito que rebela la inocencia de los
condenados por uno de los crímenes más recordados, el llamado «crimen
de Colima».
Pero lo que aquel reo despreciado por todos tenía ahora frente a sí
era algo mucho más grande: era enfrentarse con su propia vida. Porque
aquella historia del joven acusado de lanzar a río a su esposa y su
peque a niña, y que se narra en las primeras páginas de la novela, era
solo el pretexto para contar su propio padecimiento, esa vida suya
truncada a los 19 años por una condena de 45 años, que para efectos de
la época era una cadena perpetua (se decía que quien llegaba a la isla
con una condena superior a cinco años, no saldría de allí sino
muerto).
En esas páginas José León Sánchez reflejó no sólo su propia
experiencia, sino la de todos sus compañeros.
«La isla de los hombres solos fue el primer libro oral de Costa Rica--
agrega José León Sánchez. Nosotros hacíamos con latas de sardina,
carbolina o aceite y una mecha, unas pequeñas lámparas que empleábamos
para jugar dados durante las noches. Allí, alumbrados por esas
pequeñas velitas, yo les leía cada noche los capítulos de mi novela.
»Como estaban escritas en papel de bolsa de cemento, algunos reos me
las robaban para hacer una cama con ellos (recuerda que no teníamos
cama, que todos dormíamos en el suelo). Por eso yo cargaba con mis
escritos día y noche. Y por eso me decían el loco del rollo de papel.
»A San Lucas llegaban los turistas los fines de semana a conocer al
'monstruo de la Basílica', y yo les leía capítulos de mi novela a
cambio de algunas monedas. Mucho tiempo duró esa práctica, hasta que
las autoridades del penal decidieron cancelarla».
De aquellas hojas, escritas con trazos casi ilegibles desde un extremo
hasta el otro, se conserva solamente una, que el escritor muestra con
esa mirada socarrona, cargada de ironía y buen humor, aunque no puede
ocultar esa resaca de dolor que dejan los recuerdos.
Igualmente impresionante es cómo este novel escritor pudo haber
publicado, con sus propias manos, una obra que hoy ocupa 300 páginas
en cualquier edición moderna.
José León Sánchez cuanta que él mismo construyó el mimeógrafo de
madera donde se imprimieron una a una los cien ejemplares de la
edición príncipe. «La tomé de un ejemplar de (la revista) Mecánica
popular, y la construimos en el taller del penal», confiesa.
Personajes cuyos nombres hoy son muy conocidos le ayudaron entonces,
entre ellos René Picado Esquivel, fundador del primer canal de
televisión del país, con quien había trabado conocimiento a partir del
trabajo noticioso de este canal. En ese noticiero, hoy convertido en
el primero del país, Picado dio a conocer la existencia de la obra.
«René Picado se había propuesto regalar un aparato de televisión a
cada penal, y allí veíamos un noticiero en el que él actuaba como
director, presentador y único periodista», recuerda José León.
«Ese fue el hombre que me regaló las resmas de papel para imprimir esa
primera edición».
Pero la historia no podría ser tan simple. Esa primera edición fue
destruida por órdenes del penal, quemada ante el llanto de rabia de su
autor. La quema de la primera edición tiene como figura a uno de los
personajes más siniestros de los penales de Costa Rica, Graciano
Acuña, verdugo implacable. Este individuo, sin embargo, rescató diez
ejemplares de la edición mimeografiada, las cuales vendió por
centavos. Para gloria de las letras nacionales, uno de esos ejemplares
llegó a manos del periodista Joaquín Vargas Gené, quien entonces era
Ministro de Justicia, y quien se convirtió en su puente para la
inmortalidad.
Algunos de esos ejemplares se han recuperado. El Centro de
Documentación «José León Sánchez» de la Universidad Autónoma de
Centroamérica conserva uno de ellos, al lado de aquel mimeógrafo
casero y de una vieja máquina de escribir que el reo utilizó años más
tarde en su trabajo literario. Otro lo guarda con celo el mismo
novelista.
Entonces corría el año de 1963.
Primer premio
Ese año había de ser marco para otro acontecimiento histórico.
«Un compañero de prisión, vino y me dijo que había un concurso de
cuentos, y que el premio eran 2.000 pesos», relata (esa cifra
equivalía aproximadamente a 312 dólares de la época). «Imagínate.
Imagínate que podrían ser 2.000 pesos para mí, si en nueve a os de
prisión yo nunca había logrado tener más de un dólar. Y me puse a
escribir.
Constantino Láscaris Conmemo había venido a Costa Rica a impulsar el
desarrollo de los Estudios Generales o Humanidades en la Universidad
de Costa Rica, y le intrigó que en el país no hubiera concursos
literarios. El sabio español impulsó entonces los Juegos Florales. Lo
que él no podía imaginar siquiera es que el primer premio de aquel
primer concurso podía ser ganado por el más temido reo de la
penitenciaría de San Lucas.
La historia no es corta. Uno de los jurados, se opuso hasta el final a
ese premio, y adujo que se trataba posiblemente de un plagio. Pero sus
reclamos no pudieron imponerse ante la terquedad de los hechos.
La noche en que se entregaron los premios, una silla vacía del
escenario del Teatro Nacional fue engalanada, por petición de Láscaris
Conmeno, con un ramo de rosas. Y el cuento El poeta, el niño y el río
recibía, en ausencia de su autor, el premio de los primeros Juegos
Florales.
Dos años más tarde la obra Cuando canta el caracol recibía el premio
del Festival Centroamericano de Cultura de Guatemala, el primer
reconocimiento internacional del más internacional de los autores
costarricenses.
En 1967 recibió el Premio Nacional de Literatura por su obra La
Cattleya negra. Dos años después, la mención de honor por la novela La
colina del buey.
Luego habían de venir otros dos premios por sus obras Campanas para
llamar al viento y Tenochtitlan, pero ya para entonces José León
Sánchez vivía en México y era un escritor reconocido en todo el mundo.
El 8 de junio de 1980, treinta años después de haber entrado a
prisión, José León Sánchez recobró su libertad.
El 24 de junio de 1998, 48 años después de la condena, la Sala
Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró «con lugar» una
solicitud de inocencia del escritor.
Por fin, el 21 de julio de ese mismo año, la Sala III de esa misma
Corte por unanimidad declaró que «al señor José León Sánchez se le
libera de toda pena y responsabilidad» y abre la puerta para una
demanda civil, que el escritor ha cifrado en 2 millones de dólares,
dinero que donará a la policía para un laboratorio técnico de ADN y la
Universidad de Costa Rica para la creación de la cátedra de derecho
penitenciario.
Con lágrimas en los ojos, José León Sánchez declaró en aquella
oportunidad: «Ahora puedo andar por la calle con la frente en alto»,
él, cuya frente es una de las más altas con que ha contado la Patria
en siglo y medio de vida independiente.
Quizá falten algunas palabras
Sí, quizá hagan falta.
Siento siempre que José León no goza del reconocimiento que él se
merece. No me extraña, por otra parte. Tampoco tuvieron el
reconocimiento merecido ni Max Jiménez ni Genaro Cardona. La verdad,
tampoco lo tuvo en vida Jorge Debravo. En este país, los talentos más
auténticos no tienen reconocimiento. Por eso comprendo cuando José
León se declara «mexicano nacido en el país más bello del mundo (Costa
Rica)».
La gente pregunta, con fuerte dosis de intriga, cómo es José León, si
guarda rencores, si es un hombre amargado.
Quizá haya amargura en sus recuerdos, pero hay que decir que José León
es un hombre jovial y alegre, bromista y despreocupado, modesto y
amigable como pocos.
No me gusta preguntarle por aquellos años oscuros, pero a veces, por
razones profesionales, he inquirido alguna que otra cosa.
Él, la verdad, no quiere recordar, y por eso La isla de los hombres
solos nunca le fue un libro querido. Su otra obra, Cuando nos alcanza
el ayer, es un poco esa reconciliación con el pasado, una ventana por
la que José León puede ver su juventud con mayor sosiego.
Un día le pregunté también por los otros, por los verdaderos monstruos
de su historia. Me respondió mirándome a los ojos, sin un solo dejo de
mentira, que no guarda ningún rencor. «Los perdono a todos», dijo.
Fuente: Libros Gratis.
domingo, 14 de diciembre de 2008
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1 comentario:
realmente la historia es muy interesante mas cuando vives en la realidad tan dura de que la persona de la cual yo me enamore esta preso en sandoval de Limon, Costa Rica y realmente me encantaria conocer al autor de este libro
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